Por: Alfonso G. Miranda Guardiola
Del lunes 28 de abril al viernes 2 de mayo 2025, asistí a la Asamblea Plenaria de obispos de México, en Casa Lago Izcalli, y uno de los temas tratados fue el de la familia, para el que invitaron al Padre jesuita Jorge Atilano, quien nos dio un impactante tema, del cual extraigo una idea capilar, que da nombre a este artículo:
Los jóvenes que se rehabilitan después de pasar un tiempo, ya sea en la cárcel por cometer algún delito, o en algún centro de rehabilitación por el consumo de drogas, experimentan muchas veces un gran riesgo de recaer al regresar a su casa, por las condiciones precarias familiares, o por la inseguridad y violencia de su barrio y entorno.
En una de las mesas de trabajo, recibí un documento muy valioso llamado: Hoja de ruta para nuestro regreso a casa, del que extraje algunas frases personales, que ejemplifican con realismo esta situación. Para muchos de ellos, regresar a casa significa simplemente: jugarse la vida, vivirla con amenazas e, incluso, perderla:
“Sabemos que nuestro pasado volverá por nosotros porque le «debemos años» a los grupos (del crimen), y nos irán a buscar o tendremos que cuidarnos de las represalias de quienes afectamos alguna vez”. “Reintegrarnos nos resulta muy difícil de imaginar, pues aunque queremos volver con nuestra familia y a nuestros barrios, no podemos hacerlo. Para sobrevivir tendríamos que cambiarnos de colonia o ciudad y muchos no contamos con los recursos ni con alguien que nos eche la mano para mudarnos.
Regresar a mi casa es como andar prófugo, sé que me van a estar buscando siempre (Julián, adolescente). Ya no quiero volver ahí, porque si lo hago sé que voy a morir (Sergio, adolescente). Nuestra opción al volver es que nos maten o tener que matar (Alberto, adolescente). Cuando salí el barrio estaba peor. Había mucha droga, muchos compas se habían perdido, ya andaban mal, enganchados en la loquera. Yo salí y no decía ni una maldición, la neta, andaba bien cambiado, pero el barrio me volvió a arrastrar. No sé, era algo que tenía ahí y pues mi carnal también seguía en la pandilla y era el modo en que guachaba (sic) el ambiente. (Flavio, adolescente liberado).
Muchos de ellos desean construir familias, alcanzar sueños, pero no saben cómo. Y no tienen oportunidades para ello, ni educativas, ni laborales, ni emocionales, ni psicológicas, ni sociales y muchas veces tampoco religiosas.
Por lo que es fundamental recuperar el sentido comunitario, y construir de raíz, familias y comunidades sanas. Y luchar contra las narrativas que hablan de la libertad inmediata y fácil; del éxito económico y sexual, aunque se trate de un momento fugaz; sin olvidar la narrativa de la normalización de la violencia, física y verbal.
No podemos seguir permitiendo que nos arrebaten a los jóvenes estos grupos que los secuestran y aniqilan, y les quitan a Dios. Tampoco podemos quitarle a Dios sus jóvenes. Tenemos que ser valientes, atrevidos, y osados al extremo, laicos y consagrados, es urgente ir por los jóvenes, no esperar a que vengan a la Iglesia, hay que ir a las escuelas, a las esquinas, a los barrios, a las calles, a los parques, donde quiera que se encuentren, tenemos que estar ahí para rescatarlos. BASTA DE TANTA INDIFERENCIA.
Otro momento impresionante en la Asamblea, fue cuando la hermana Paola Clerico, religiosa de Jesús María, quien acompaña a las madres buscadoras, me presentó a la señora María Herrera, madre de cuatro hijos desaparecidos en México. Colaboradora en la creación de la Red de Enlaces Nacionales, que articula a colectivos de familiares de desaparecidos en toda la República. Y Fundadora de Familiares en Búsqueda María Herrera A.C., quien, habló ante el pleno de los obispos, diciéndonos:
“Yo soy católica, apostólica, romana y lo que le sigue (dijo), pero me uno a todas las familias e iglesias en la búsqueda de sus seres queridos. Porque cuando secuestran a algún joven, no andas preguntando, de qué religión era. Porque ante cualquier resto humano que se encuentre en cualquier lugar de la República, todas gritamos: “es mi hijo”. Nuestros hijos desaparecidos no están en los papeles de las oficinas gubernamentales, y tampoco están en las Iglesias. Hay que salir a buscarlos. México, hay que decirlo, (y lo dijo), es un panteón clandestino, y yo sé que tal vez mañana, ya no esté (desaparezca o sea asesinada, quiso decir), pero sé que voy a morir en la raya”. Hasta aquí las palabras valientes de Doña Mary.
Por lo que es prioritario, que como Iglesia no tengamos miedo de acompañar a las madres y padres buscadores. Es imperioso, que les compartamos nuestros micrófonos en misa, y les ofrezcamos también nuestras instalaciones, para que se sientan seguras y protegidas, y ser junto con ellas y ellos, un escudo que proteja a nuestros hijos, e impidamos que sean arrancados, reclutados o desaparecidos.
¿Qué hacer?
Hay que insistir en los relatos familiares, en lo bello que es formar una familia, y la felicidad que aporta. Cómo uno se realiza en el matrimonio, adquiriendo la madurez de la vida, aprendiendo a ser verdadero hombre y verdadera mujer. Y de la misma manera, afirmar los relatos comunitarios, enseñando que como Iglesia, nos salvamos formando comunidad, no por vivir la piedad o la santidad de forma individual. Y acentuar lo familiar, celebrativo y comunitario, como fuente de máxima plenitud humana, al punto de no dudar en dar la vida, sirviendo y rescatando a nuestros hermanos.
El autor es Obispo de la Diócesis de Piedras Negras