Por Graciela del Ángel Garcés
Es muy probable que desde pequeños hayamos aprendido a competir unos contra otros, ya sea en algún juego, en un deporte, un concurso, etc. Al pasar los años, ese aprendizaje que quedó arraigado en nuestra mente, provocó que automáticamente vayamos por la vida compitiendo unos contra otros. Es cierto que en este mundo tan competitivo día a día vemos por doquier infinidad de productos y negocios compitiendo por los clientes a toda costa, pero hay que entender que es parte del negocio para obtener mejores ganancias.
Sin embargo, es muy distinto cuando esa competencia se vive en todos los ámbitos de nuestra vida, vivir pensando en ser el mejor papá, la mejor mamá, el mejor amigo, el mejor en ciertas habilidades, tener el mejor carro, la mejor casa, etc. Pero ¿Por qué tanto afán de competir contra alguien que tiene otra historia y su propio camino?
Lo ideal es aprender desde pequeños, acerca de cómo canalizar la competencia y entender que la verdadera competencia es contra nosotros mismos, contra la persona que fuimos el día de ayer, la semana pasada, el mes pasado, el año pasado, etc. Así como en un artículo pasado mencioné acerca de la huella digital que nos identifica ante todo el mundo y que nos reafirma el hecho de que somos seres únicos e irrepetibles, tenemos una propia vida y un sendero muy peculiar que nadie tiene en el mundo, simplemente, desde el hecho de pensar que es imposible que dos personas estén parados exactamente en el mismo lugar y en el mismo punto del planeta, entonces, sería ilógico pensar en que podemos competir contra alguien más que tiene una distinta huella digital a la nuestra, una historia de vida totalmente diferente y un camino recorrido totalmente distinto al nuestro.
Si vivimos comparándonos con los demás nos volveremos vanos, frustrados y amargados porque siempre habrá personas con mejores habilidades que nosotros.
Competir es bueno, pero cuando esa competencia es para analizar el camino que hemos recorrido, para observar cuánto hemos avanzado y mejorado desde nuestro punto de partida al día presente. Por lo que, si estamos pensando en competir, vayamos por una pluma y una hoja para escribir nuestras metas a corto, a mediano y largo plazo, incluyendo las distintas áreas de nuestra vida: física, familiar, social, profesional, mental y espiritual.
Así podremos llevar un récord de nuestras propias metas, de acuerdo a lo que realmente nos gusta y deseamos y no porque otros lo hacen o lo tienen. Nosotros somos nuestro propio punto de partida, nuestro propio punto de referencia durante el proceso de crecer, madurar y mejorar, pero también, somos nuestro propio punto final en esta vida.